El Bumerán de la Cortesía
La cortesía actúa a manera de un bumerán, Toda vez que la practicamos, vuelve a nosotros con la misma fuerza con que la hemos lanzado. Si ésta ha sido la del amor genuino, la del aprecio sincero, y la del desinteresado deseo de hacer bien a los demás, nos dará el justo pago de una conciencia tranquila y un corazón gozoso.
La Bruyère opinaba que “se necesita muy poco para que se nos tenga por inciviles, inaguantables y orgullosos; y menos aún para que se nos tenga por todo lo contrario”. Una sonrisa amable, un apretón de manos, un hueco en nuestro sobrecargado horario para atender a la gente con simpatía, y dar de nuestro tiempo sin sentir ni hacer sentir como que nos lo están robando; éstas y otras atenciones similares contribuyen a la felicidad de los demás y a la nuestra mucho más de lo que suponemos.
Cierta vez, mientras el general Roberto E. Lee viajaba en tren con parte de su ejército, acertó a subir una anciana pobremente vestida. La viejecita recorrió los vagones sin hallar dónde sentarse, hasta que al pasar junto a Lee éste le cedió su asiento. De inmediato varios oficiales y soldados ofrecieron los de ellos al general, pero él rehusó el ofrecimiento enfáticamente: “No, caballeros, si no hubo asiento para esta pobre y débil anciana, no puede haberlo tampoco para mí, que soy más fuerte que ella”.
La Biblia nos exhorta a ser amables con todos, y a no hacer acepción de personas. Jesús mismo nos dio el mejor ejemplo de ello. Al que a mí viene —dijo— no le hecho fuera (San Juan 6:37). Para cada persona tuvo su particular mensaje de consuelo, de consejo, y de poder para vencer el mal, y su toque de amor para sanar y bendecir. Y nosotros deberíamos proceder como Él. Pero esa disposición irrenunciablemente amable, esa constante benignidad, es únicamente resultado de tener el Espíritu de Dios; el cual podemos recibir pidiéndolo en oración, estudiando las Escrituras, y permitiendo que Jesús habite por la fe en nuestros corazones (Efesios 3:17) para hacer, de ese modo, audible y visible su presencia transformadora en nosotros.